Avicena
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Avicena (nombre latinizado de Ibn-Sina, Abú Alí). Filósofo, médico y enciclopedista tadzhiko, de la Edad Media. Vivió en Bujará y en Irán. Aún conservando fidelidad al Islam, contribuyó en gran medida a difundir entre los árabes -y, a travésde ellos, en los países de Europa-, la herencia filosófica y científica del mundo helénico, ante todo la doctrina de Aristóteles. Avicena hizo mucho para consolidar el pensamiento racional y propagar los conocimientos de las ciencias naturales y de la matemática. En su doctrina filosófica, conserva las tendencias materialistas e idealistas de Aristóteles, retrocediendo, en algunas cuestiones, del aristotelismo hacia el neoplatonismo. Avicena desarrolló por sí mismo la lógica, la física y la metafísica de Aristóteles. Reconocía el carácter eterno de la materia, a la que veía como causa de la diversidad de las cosas singulares, se manifestó contra las supersticiones astrológicas y de otro tipo. Su obra principal, "Dònish-Nameh" ("Libro del saber"), contiene una exposición sucinta de sus concepciones lógicas y físicas.[1]
Avicena, genio universal
AI-Shaq al-Rais, “el primero de los sabios”: así se llamaba en Oriente a Abu Ah al-Hosain Ibn Sina, conocido en Occidente con el nombre de Avicena. Figura entre los personajes más extraordinarios de la historia de la civilización, caracterizándose por ser un:
- Filósofo de sabiduría enciclopédica
- Científico
- Investigador
- Teórico eminente de la medicina
- Conocedor de la práctica clínica
- Poeta
- Músico
- Gran visir (primer ministro)
- Prisionero cargado de cadenas
- Viajero infatigable que recorrió vastas regiones de Asia central y de Persia
- Autor de una obra monumental que abarca casi todas las esferas del conocimiento de su época.
Este gran pensador fue también un hombre cuya rectitud y nobleza de carácter han dado origen a muchas leyendas que se han conservado hasta hoy.
Síntesis biográfica
Nace en el año 370 de la Hégira, hace ahora exactamente mil años según el calendario cristiano.
Hijo de Abdallah, funcionario de Balja (en la parte septentrional del Afganistán actual), y de Sitora, hija de un campesino humilde de la pequeña población de Afshana, cerca de Bujara, Avicena fue un ser excepcional desde su infancia.
A los diez años había terminado ya los estudios escolares y podía recitar de memoria todo el Corán. A los dieciséis sus conocimientos de medicina eran tan completos que se le encomendó cuidar de la salud del propio emir de Bujara, cuya curación abrió al joven facultativo las puertas de la célebre biblioteca del emir, conocida con el nombre de “Santuario de la sabiduría”. “Hacia los dieciocho o diecinueve años --contaría más tarde Avicena a su discípulo y biógrafo Yuzyani— estaba ya tan familiarizado con toda la ciencia filosófica, la lógica, la física, las matemáticas, la geometría, la aritmética, la astronomía, la música, la medicina y muchas otras disciplinas que no encontraba a nadie que pudiera igualarme.” Y no se trata de una exageración de su parte, su memoria y la amplitud y la profundidad de sus conocimientos eran en realidad asombrosas.
Cuando se quemó la biblioteca de Bujara, la gente se consolaba diciendo “El Santuario de la Sabiduría no ha perecido: se ha trasladado al cerebro de Al-Shaij al-Rais”.
Si se considera la relativa brevedad de la vida de Avicena (57 años) puede decirse que se trata de un caso de creación titánica.
El sabio escribía o dictaba sus obras en cualquier lugar o circunstancia de día y de noche, en prisión y durante sus viajes, incluso a caballo. Según los cálculos del erudito iraní Said Nafissi, Avicena escribió (o se le atribuyen) 456 libros en árabe y 23 en persa.
Situación política en su nacimiento
Vino al mundo el gran sabio y filósofo en una región del Asia central que entonces formaba parte integrante del Imperio abasida. Este inmenso Estado, fundado en la fe islámica y que se extendía desde los confines del actual Afganistán en el este hasta España en el oeste, comenzaba entonces a desintegrarse políticamente. Varios soberanos, celosos de la independencia de sus respectivos reinos, lograron reducir la influencia en ellos del califa de Bagdad a una simple autoridad simbólica. Pero este desmembramiento, en vez de generar la decadencia cultural, iba a enriquecer la civilización islámica con los aportes culturales y científicos de cada uno de esos nuevos Estados, cuyos soberanos se disputaban la presencia en su territorio de sabios y pensadores.
Tan brillante civilización se propagó pronto por Occidente, siendo uno de los fermentos del Renacimiento europeo. Avicena es una las más eminentes figuras de esa epopeya cultural. Su influencia alcanzó a todo el Islam y, penetrando en Europa a través de la España musulmana o al-Andalus, se mantuvo viva durante varios siglos. Por eso puede considerarse al gran pensador y sabio islámico, situado en una encrucijada de civilizaciones y de épocas diferentes, como un genio de toda la humanidad.
Aportes científicos

En los catálogos de las bibliotecas de diversos países del mundo figuran 160 títulos que han llegado hasta nosotros. En un grabado medieval se representa a Avicena con una corona de laurel, sentado en un trono de pie, a ambos lados aparecen Galeno e Hipócrates lvéase p. 8).
Así el autor anónimo del grabado parece indicar que, si los dos últimos son los padres de la medicina, Avicena es el príncipe indiscutible de esa ciencia, Y tal representación simbólica se justifica plenamente ya que en la Edad Media el nombre de Avicena era prácticamente sinónimo de medicina.
Su obra monumental Canon de la medicina es una síntesis extraordinaria de los conocimientos médicos de su tiempo. Se trata de una auténtica enciclopedia en la que se consignan los descubrimientos de los más eminentes médicos griegos, indios, persas y árabes. La amplitud de criterio del autor, el rigor lógico y la frescura de su pensamiento, la concisión y la claridad extremas de su estillo, su manera original de abordar los grandes problemas tradicionales de la medicina y de exponer y resolver los problemas nuevos que se planteaban en esa esfera, hacen del Canon una obra incomparable.
Tras la invención de la imprenta con tipos móviles, la obra de Avicena rivalizaba con la Biblia en número de ediciones, llegando a ocupar el segundo lugar. Y ello se explica porque en ella Avicena no solamente hace una síntesis magistral de las realizaciones de sus predecesores sino que además enriquece considerablemente la medicina con sus propios descubrimientos y observaciones, por ejemplo:
- Fue el primero en describir correctamente la anatomía del ojo humano, explicó con precisión el sistema de los ventrículos y de las válvulas del corzón describió la viruela y el sarampión, enfermedades que no conocian los médicos de la Grecia antigua, hizo un análisis de la diabetes que no difiere prácticamente del que hiciera, ocho siglos más tarde, el especialista inglés Thomas Willis.
- Concibió la hipótesis de que en el agua y en la atmósfera existían organismos minúsculos que transmitían ciertas enfermedades infecciosas, hipótesis que fue confirmada en el siglo XVIII por las observaciones de laboratorio del científico holandés Antoriie van Leeuwenhoek (1632-17231.
Las obras de Avicena orientaron el pensamiento occidental en la dirección que iba a dar origen a la ciencia contemporánea.
En efecto, si la Grecia antigua había hecho la síntesis de los valores culturales acumulados hasta entonces, inclusive los de Oriente, y si la cultura del Imperio romano había asimilado elementos del helenismo y de la ciencia de los pueblos orientales, a comienzos de la Edad Media es Avicena quien inicia con su obra un nuevo movimiento cultural que, enriquecido por las fuentes vitalizadoras del pasado, va a pasar de Oriente a Occidente.
Tras haber ganado España, esa corriente llega al sur de Francia desde donde contribuye, en cierta medida, al desarrollo del pensamiento racionalista europeo. Ese proceso alcanza su apogeo en la época de las Cruzadas enriquecida por el aporte de la civilización árabe, la cultura greco-latina vuelve a difundirse por Europa.
El pensamiento de Avicena constituye así uno de los hitos fundamentales en el desarrollo y expansión de una civilización humana única. La concepción científica — racionalista y analítica — de Avicena influye considerablemente en el desarrollo del pensamiento europeo. Como filósofo, arroja nueva luz sobre la lógica de Aristóteles, modificando sensiblemente la problemática del silogismo aristotélico al incluir en ella no solamente los silogismos basados en juicios categóricos sino también los que se fundan en juicios hipotéticos y convencionales.
Aunque las reflexiones de Avicena sobre la inducción, la analogía, la intuición y muchos otros conceptos son de gran interés, importa sobre todo señalar el lugar preeminente que asignaba a la lógica, a la que consideraba como “la piedra de toque de la ciencia”. Para Avicena, es mediante la lógica como “lo desconocido se vuelve inteligible gracias a lo conocido” más aun, “un saber que no ha si- do pesado en la balanza (de la razón( no es incontestable y, por ende, no es un saber auténtico”.
Ya en el siglo XIII el filósofo inglés Rogelio Bacon (1214-1294), uno de los precursores de la ciencia experimental, puso de relieve el aporte de Avicena al desarrollo de la lógica, testimonio particularmente importante puesto que en Avicena la lógica fue siempre inseparable de la experimentación y de la observación. El sabio musulmán fue el primero en exponer una serie de ideas originales que anunciaban futuros descubrimientos, como por ejemplo: el principio de la inercia, que iba a ser enunciado por el físico y astrónomo italiano Galileo (1564-1642) la teoría de la evolución, que iba a desarrollar el naturalista inglés Charles Darwin (1809- 1882), entre otros.
Se sabe, además, que el 24 de mayo de 1032 Avicena observó, sin ayuda de aparato alguno, y describió un fenómeno raro el paso de Venus delante del Sol. Durante mucho tiempo se ha venido creyendo que ese fenómeno fue observado por primera vez, en 1639, por el astrónomo inglés Jeremiah Horroks (1617-1641).
Este error cronológico de seiscientos años exige una seria rectificación de la historia de las ciencias y de la técnica.
Si Avicena fue tan frecuentemente “el primero” es porque dedicó toda su vida y su actividad — ya se trate de medicina o de filosofía, de poesia o de música, de pedagogía o de sociología a un solo objetivo hacer que los hombres sean mejores y más felices.
Tal era para él la finalidad de la filosofía. Y considerando indispensable que haya “entre los hombres normas establecidas de justicia y de derecho”, formuló pensamientos que hacen presentir la idea del “contrato social” desarrollada en el siglo XVIII por Juan Jacobo Rousseau (1712- 17781.
No es pues por casualidad que la segunda obra enciclopédica de Avicena lleva el título de Kitab a/-Shifa (Libro de la curación). Porque si el Canon estaba destinado a la curación del cuerpo, en a/-Shifa se trata de la curación del alma, a fin de que los hombres sean moralmente fuertes y nobles. Las ideas humanistas de Avicena, que encontraba en el hombre una aspiración innata a la belleza y la armonía y veía en el amor el elemento motor de la sociedad, están expuestas en su ‘Tratado del amor” y en sus relatos filosóficos Hayy ibn Yaqzan (El vivo, hijo del despierto), Sa/aman y Absal y At-Tayr (El pájaro). Estas obras han ejercido una influencia enriquecedora en el desarrollo de la literatura de los pueblos de Oriente e incluso en la del Renacimiento europeo.
Algunos estudiosos consideran que, por ejemplo, Dante (1265-1321) recibió a través de las obras de San Alberto Magno una gran influencia de la filosofía greco- árabe, en particular de Averroes (Ibn Rushd), que había adoptado ciertas ideas de Avicena, dándole a conocer en Europa. El propio Dante nombra precisamente a Avicena entre las personas que figuran en la Divina Comedia. Omar Khayyam (muerto hacia 1123), astrónomo y matemático persa, consideraba a Avicena como su maestro, no solaménte en materia de filosofía y de ciencias exactas sino también de poesía. Avicena quien creó ese género nuevo de la poesía persa, el rubayyata de cuatro versos y de inspiración filosófica.
Algunos de sus poemas se han conservado hasta hoy y sorprenden aun por la perfección de su forma y por la profundidad de su inspiración. Se cuenta además que, poco antes de su muerte, Omar Khayyam leía con la mayor atención la parte relativa a la metafísica del “Libro de la curación”.
Muerte
Cuando supo que iba a morir, devolvió la libertad a sus servidores y distribuyó todos sus bienes entre los pobres.
Y fue en el desierto, cerca de la ciudad irania de Hamadán, donde murió el 18 de junio de 1037 (el Ramadán del año 428 de la Hégira).
Leyenda
Según una leyenda, que subsiste todavía hoy, Avicena quiso vencer a la muerte y alcanzar la inmortalidad. Preparó para ello cuarenta productos diferentes que su discípulo debía administrarle, en un orden preciso, en el momento mismo del paso de la vida a la muerte. El discípulo comenzó a cumplir con ardor su tarea y advirtió asombrado que, a medida que inyectaba los medicamentos prescritos en el cuerpo inerte de su maestro, éste perdía su rigidez y rejuvenecía a ojos vistas, el rostro recobraba sus colores, la respiración recomenzaba. Faltaba por administrarle la última ampolla, la que iba a asegurar la resurrección del maestro. No pudiendo dominar su alegría, el discípulo, impaciente y febril, tomó la ampolla, pero le temblaban las manos la dejó caer al suelo y el líquido misterioso se derramó en la arena... Sin embargo, Avicena logró la inmortalidad en la memoria de los hombres.
Vida de un filósofo errante
El material principal para la biografía de Avicena (Ibn Sina) es un librito escrito por su más fiel discípulo, Abu Obaid Yuzyani, quien se encargó cuidadosamente de recoger todos los manuscritos del maestro. La segunda parte de ese librito fue redactada por Yuzyani, pero la primera se la dictó Avicena mismo. En este esbozo autobiográfico, donde el gran sabio habla de su familia, su juventud y sus estudios, aparecen claramente la sorprendente precocidad y la potencia intelectual de quien era muy consciente de su genio.